Cuando
era niña disfrutaba con emoción de las noches de tertulia con mis abuelos, mis
padres y mis tíos, escuchando las rebuscadas historias de terror y las
anécdotas de vida que rodearon su infancia. La televisión, aún en blanco y
negro, tardo algunos años en llegar a casa y para mí, el pensar en ese inmenso
aparatejo que transmitía imágenes, era simplemente una experiencia
indescriptible. Con el tiempo y con el nuevo mueble en la sala de la casa, las
noches de tertulia fueron siendo menos y todos los miembros de la familia nos limitábamos a
sentarnos horas enteras frente al televisor, sin musitar palabra y sin realizar ninguna otra actividad,
extasiados con la magia que la caja de madera y pantalla traslucida ofrecía.
Esto sin contar con la molestia que significaba el nuevo oficio que nos fue
asignado a los más chicos y que consistía en fungir como controles remotos
humanos, subiendo el volumen o cambiando el canal al antojo de los adultos,
quienes preferían evitar la fatiga y no levantarse a realizar por si mismos tal
labor.
Sin
embargo, aún disfrutábamos de los paseos al parque, al río, a visitar a
nuestros primos, a la finca de los parientes -donde aún no había televisor- o
simplemente a comer helado los domingos. Hoy todo es diferente, y lamento
afirmar que para mí, no mucho mejor, si bien la tecnología ha traído inmensos
beneficios a la humanidad, a las comunicaciones, al desarrollo de los pueblos,
no ha sido así su influencia en los núcleos familiares.
No
es extraño ver que los domingos en familia, incluyendo en ocasiones a la mía,
se limiten a tardes de soledad acompañada, tardes en las cuales cada miembro de
la familia se confina en su pequeño mundo tecnológico –léase blackberry, I Pad,
I Phone, Tablet, computador personal, video juegos- sin que medie comunicación
o dialogo alguno entre ellos. No obstante, no censuro a ultranza el uso de estos aparatos, pues son
indiscutibles sus bondades en el mundo moderno, a lo que aún no me acostumbro,
es a las funestas consecuencias de su uso indiscriminado en la unidad, el
dialogo y la armonía familiar.
No
voy a declararme enemiga acérrima de los avances tecnológicos, por qué por
ellos mismos me permito el placer de mi trabajo, de comunicarme, de expresar y escribir
lo que pienso y de obtener la
satisfacción de saber que alguien posiblemente lo leerá -aunque pueda no opinar
lo mismo que yo-, lo que si me niego a aceptar, es que por su existencia misma,
tenga que negarme al goce de los seres que amo, de hermosos momentos juntos o de
un delicioso arrunchis de domingo.
De
cualquier forma, mi invitación es al uso moderado de estas importantes ayudas
tecnológicas, a su disfrute en familia –pues algunos como el
Wii, por ejemplo, me resultan excepcionalmente divertidos- . Es nuestro deber
como padres verificar que las nuevas
tecnologías contribuyan al bienestar familiar y no se constituyan en adicción
individual, debemos promover y recuperar la diversión al aire libre, el
disfrute de la belleza del paisaje y la naturaleza, el rescate de las bondades
de la tertulia familiar. El uso no nos puede llevar a abuso y es menester
recordar que el ejemplo empieza por casa……