Desde el espejo retrovisor, 20 años podrían parecer una eternidad, un
cúmulo de recuerdos efímeros o simplemente tiempo pasado. Sin embargo, toda
apreciación depende en gran medida de la óptica con que el espectador valore
y califique la situación, y en
este caso, hablar de mis últimos 20 años, es hablar de mis sueños, de mis
metas, de mi proyecto de vida, del sentido de mi paso por la vida, es hablar de
lo que más amo, es hablar de ti.
Hace 20 años nuestro único y más
valioso capital eran nuestros sueños, nuestros sentimientos y un puñado de
libros que se convertían en el único equipaje para el viaje, un viaje que al
día de hoy nos ha llenado de satisfacciones, de alegrías, de metas por cumplir
y de un montón de logros por construir.
Juntos hemos allanado el camino
para hacer realidad nuestras ilusiones juveniles, hemos sacrificado nuestro
tiempo y nuestros gustos en función de metas comunes y hemos agradecido a Dios
por cada una de sus bendiciones. A tu lado he compartido la inmensa felicidad
que trajo a nuestras vidas el rol de padres y he asumido sin condiciones los retos que la vida nos ha demandado.
De tu mano he afrontado las más infinitas pérdidas y he batallado en cada uno
de los escenarios que el destino ha dispuesto. Con tu amor como mi único escudo,
he afrontado las derrotas y asumido los fracasos sin rendirme, sin pensar
siquiera en la posibilidad de claudicar, con
la confianza que irradia aquel que tiene su mirada fija en una meta
y el valor de quien está plenamente seguro
de que solo esta vencido el que deja de luchar.
Tú has sido siempre mi bastión, mi polo a tierra,
mi compañero de viaje, mi confidente, mi tesoro. Hemos sido amigos, esposos,
padres, y tal vez seremos abuelos, la única condición que pido a Dios que no cambie,
es aquella que señala el inmenso amor que sentimos el uno por el otro.
Agradezco a Dios la infinita
fortuna de conocerte, el inmenso placer de caminar a tu lado y la incalculable
felicidad que encierra el compartir mi vida contigo.
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